Patricio León Baquero
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La espiral de violencia que vive el país ha rebasado todos los límites imaginables. De unos años a esta parte, el crimen organizado y el sicariato se han entronizado en el país y, como gangrena putrefacta y fétida continúa, amparada por la impunidad resultante de la incapacidad y la desidia estatal, carcomiendo e infectando el conjunto del tejido social.
Un nuevo episodio de violencia, un vil asesinato, ha segado la vida del alcalde del puerto de Manta y una deportista con quien charlaba en ese aciago momento. Un hombre joven muy comprometido con el destino de su ciudad, un trabajador incansable que sacrificando el tiempo de descanso o de compartir con la familia, servía a su ciudad y su gente a un ritmo de 24/7. Un líder político de grandes proyecciones futuras, carismático, siempre alegre y comunicativo, supo llegar al corazón de su pueblo y sembrar un sano orgullo de ser mantenses, de amor a su ciudad, materializada en aquella frase “Manta tiene el rostro de tu hijo (a)”, que ha calado profundo en los habitantes de la ciudad que, a partir de su inmerecida muerte, es como que ha amanecido “guáchara”; pues, en verdad hay muchos que hoy sienten una suerte de orfandad.
Si bien constitucional y legalmente “es el Estado quien ejerce el monopolio del uso legítimo de la fuerza a través de la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas”. Sin embargo, la sociedad ecuatoriana constata diariamente que esas disposiciones constitucionales y legales, se han convertido en letra muerta y los criminales se pasean a lo largo y lo ancho del país, con flamantes armas largas de uso militar y ejecutan sus crímenes con ellas con horrorosa sangre fría.
La ciudadanía absorta y adolorida se pregunta: ¿Qué tan fácil es circular por calles y carreteras del país portando fusiles y granadas? O también, ¿Qué tan fácil es circular por dos provincias de alto riesgo, a bordo de vehículos robados que luego se incendian o abandonan? ¿Qué tipo de controles son los que ejercen la Policía y las Fuerzas Armadas? ¿El alcalde asesinado, no contaba acaso con un equipo de seguridad? Y, sobre todo, cuántos muertos más tendremos que contar, señor presidente, para ver si su gobierno reacciona del marasmo en que vive y se dedica a servir las urgentes necesidades ciudadanas de seguridad, salud y educación; pues, un gobierno desprestigiado y en retirada no debe continuar sirviendo únicamente a intereses corporativos y entreguistas.
Empieza a hablarse de un Estado fallido, pero no exageremos. No, lo que sí hay es un gobierno fallido, que con sus acciones y omisiones está demostrando lo equivocada de su elección. El pueblo ecuatoriano que, embobado por la demagogia del candidato y las orientaciones de muchos actores políticos que ejercen el periodismo, llevaron a Carondelet a quien le ha quedado demasiado grande la banda presidencial.
Lo menos que esperamos los ecuatorianos es que se esclarezcan los hechos y se haga justicia, mientras llenos de indignación y rabia no dejamos de exclamar: ¡hasta cuándo, carajo!