Patricio Lovato Rivadeneira
San Eloy existe, y eso prevalece a pesar de los fallos judiciales amañados, a los que se ha sometido a una comunidad inicial de 26 familias asentada desde el año 1998 entre el límite de los cantones Manta y Montecristi.
Porque cuando todos pertenecían al cantón Montecristi, los desalojaron y partieron en dos el cuerpo de tierra ocupado, esto ocurrió en agosto del año 2008, sin una orden judicial, y más por fraguarse un negocio de tierras y construir la ciudadela Ceibo Renacer, como pretexto incluso para redefinir límites cantonales.
Pasaron los años, y aunque los vecinos que se quedaron del lado de Montecristi, con escrituras de posesión y pagando los impuestos prediales, fueron reconocidos como tales, esto es el sector San Eloy.
El Cabildo decidió desconocerlos, sin explicar detalles borró las claves catastrales. Casualmente después, sin aportar mayores indicios, sufrieron una nueva demanda de desalojo y acusación de tráfico de tierras con prisión preventiva para los vecinos con algún liderazgo por parte del fiscal de Montecristi.
Entre audiencias fallidas, informes como los de la Subsecretaría de Asentamiento Humanos Irregulares, distorsionados, puesto que no se consideran las escrituras aportadas ni las de posesión. A pesar de los jueces que años antes fueron abogados litigantes de la parte demandante. A pesar de los jueces destituidos que son ahora abogados de la parte demandante.
San Eloy existe y resiste, es la frase respaldada y documentada que aspiran los vecinos sea motivo de justicia en otras instancias a seguir.
Cuando alguien les habló de la resistencia, como un derecho, en base a su razón. Un vecino dijo que le perdió miedo al tigre suelto, aunque el burro se encuentre amarrado, que es así como se sienten tratados por la justicia hasta ahora.
Por eso sus procesiones a los juzgados, acompañados de sus familias, que ya suman más de 130 actualmente asentadas en el lugar, con carteles escritos que San Eloy es su hogar, no un negocio. Que ellos son moradores, no traficantes de tierras. Que cesen las persecuciones a sus vecinos.
Lo de menos se vuelve para ellos organizar un encuentro, si viven encontrándose a diario, pero esta vez lo hacen con teatro, jóvenes que ensayan por el sector como potenciales actores. Con música, porque llegan cantantes con sus instrumentos para decirles que apoyan su resistencia.
Bailarines y bailarinas cuyo arte expuesto desemboca en una fiesta que se expande al público. Así se hace una fiesta de la resistencia, en público, mientras los traficantes de tierras hacen sus chanchullos en privado.
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